jueves, julio 31, 2008

La Guerra De Los Sexos Revisited




esto lo saqué de la vieja, querida y extinguida página Planeta Yerba

viernes, julio 18, 2008

17 de julio

Una mañana increíble, primaveral, con la brisa agitando las hojas del diario
y el café humeante sobre las mesas de la vereda;
el sol brilla y la gente que sonríe.

Pequeño milagro del clima, pequeño milagro de la política.
Aún los menos creyentes tendrán que aceptar que si hubiera un guionista
de esto que entendemos como vida, en estos últimos días estuvo
particularmente inspirado.

La metáfora no podría ser más elocuente.
Tuvo que llegar un manso, un señor de palabras medidas y modales cansinos,
para poner un poco de orden.
Con firmeza, sin apelaciones a épicas inexistentes se limitó a devolver
la normalidad, a regresar ese extraviado sentido común.

“Veo un Senado dividido, está claro que este proyecto no tiene consenso,
no puedo acompañarlo”,

afirmó y pidió lo que cualquier hombre sensato diría a los fanáticos
del todo o nada:

“No es necesario que haya ganadores y derrotados, no estoy para desempatar,
estoy para buscar soluciones”.

Pero claro, es difícil hablarle a personas como Miguel Angel Pichetto.
Y Cobos tuvo que votar; y los Kirchner tuvieron esa homérica derrota
que buscaron con tanto ahínco.
Hay ahí materia para psicoanalistas. Y la mención no es casual.
Todo este extenuante conflicto se fue configurando ante las sucesivas
vueltas de tuerca que le imprimió Néstor Kirchner,
no como una batalla ideológica, ni siquiera como una puja descarnada de intereses.
No lo que consiguió es que la pelea escalara a un nivel mucho más básico y profundo,
la confrontación de los normales y los extraviados.

No vale la pena ingresar aquí en sesudos debates sobre la normalidad,
faena que dejamos a los intelectuales.
En la vida cotidiana, que fue la que traumatizó este conflicto, t
odos sabemos reconocer la pérdida del sentido común.
Las cientos de miles de personas felices que desbordaron
esa “Primavera de Palermo” que no hizo sino sellar la derrota que con su voto
escrituró Cobos, pedían lo que desea cualquier hombre normal:
un país en paz que le permita soñar con una vida lo más feliz posible.
Una vida de trabajo y familia. No mucho más.
Ya pasaron las épocas de los liderazgos providenciales.
Perón y Evita hoy dirían otras cosas, harían otras cosas.
Serían seguramente más módicos, menos heroicos, pero más humanos.
Tal vez irían a terapia, aceptarían que pueden equivocarse, que ya no quedan recetas inexorables para nada.
Ellos entendieron su tiempo, como Kirchner no entendió el suyo.
Y por eso perdió.

Tuvo que llegar este hombre discreto, casi un Fernando Pessoa de la política.
Este talentoso, este firme, para que la corbata rutilante de un Pichetto
prometiendo venganzas bíblicas vibrara más desacompasada que nunca.
Para que el rostro torvo de Saadi fuera lo que es, una caricatura y
un espejo de los Kirchner que se dijeron progresistas para disfrazar su intolerancia

¿Qué tienen que ver esas movilizaciones de gente utilizada
con los liderazgos del socialismo español que imaginan emular?
¿Esa banda de funcionarios enriquecidos, esos fondos públicos que nunca vuelven,
esa retórica trasnochada, qué tiene que ver eso con el progreso?
Una tormenta perfecta

La agenda del futuro ya está sobre la mesa y la trazó Cobos con simpleza.

Un país más federal y republicano que pueda darse por la lógica vía del consenso
las instituciones y leyes que necesita.
Un país de dignos no de domesticados.
Un país en el que la riqueza que produce la gente vuelva a sus pueblos.
Un país menos corrupto, menos arbitrario, donde los gobernantes
sirvan al poder público y no se sirvan de este.

Las patoteadas políticas y físicas de Néstor Kirchner se han revelado
como un fenomenal error político, han expuesto la enorme subestimación
de la sociedad que contiene su pensamiento, la incapacidad para articular
un discurso más inteligente, abarcativo, un discurso que amplíe horizontes.
Gobernadores, legisladores nacionales, líderes sindicales,
se subieron a un barco que se estrelló.
Perdieron mucho y se lo merecen.
Cometieron el único pecado imperdonable para un político:

extraviarse del humor popular.

Gente grande que cayó en manipulaciones de cuarto nivel,
que apoyó mentiras flagrantes. El cinismo los destruyó, la sociedad los pasó por arriba
y ahora a volver a empezar.
Los nombres quedaron ahí grabados en los diarios, para que nadie se olvide.

Es tan bueno y en tantos sentidos lo que pasó,
es tan fuerte el mensaje que trasciende este drama, fue tan perfecto el desenlace,
puso en juego cosas tan básicas que parecían olvidadas.
Cosas como la verdad, la dignidad, la coherencia, la buena leche.

Se entiende la alegría en la calle. Lo que sucedió fue muy claro,
como sucede con todas las cosas que valen la pena:
los malos perdieron, los buenos ganaron.

Ya van a aparecer los elaborados relativistas de siempre,
discúlpese entonces la simpleza de esta columna.

¿Y como sigue? Nadie lo sabe.

Pero una cosa quedó clara:
Néstor Kirchner no es ese conductor infalible que ve más allá,
que sobre un montón de evidentes desatinos construye un triunfo sorpresivo.
No, cuando parece que se equivoca es porque se está equivocando.
Cuando mete la pata es porque la mete.
Cuando opaca a su mujer es porque la opaca.
Cuando convoca a una guerra es porque quiere sangre –menos la suya, obvio-.
Cuando va por una empresa es porque va por una empresa.
Lo que se ve es lo que hay.

Y los que todavía lo siguen ahora saben donde termina esa aventura.
Si todavía queda algo de cordura en el poder, la salida es simple.

Chau Nestor, gracias por todo, nos vemos en el 2011, charlamos a la noche de la familia y los amigos.
Ahora me toca gobernar a mi.